Así está dinamitando Trump el sistema de ciencia que hizo grande a Estados Unidos
Los recortes en investigación amenazan el dominio global del país y anuncian un mundo con menos fármacos y más muertes evitables


El mejor sistema de ciencia del mundo vive el momento más oscuro de su historia. Los recortes y agresiones propuestos por el presidente Donald Trump no tienen precedentes desde la II Guerra Mundial, cuando Estados Unidos consolidó su liderazgo en investigación científica gracias a una inversión masiva de fondos federales. Buena parte de la riqueza actual del país depende de este sistema, que podría colapsar sorprendentemente rápido, según alertan cada vez más científicos del país.
Los recortes de Trump tienen impactos en todo el mundo, hasta límites surrealistas. Jóvenes en Suráfrica se ven obligadas a sacarse de la vagina los anillos anticonceptivos que las protegían del VIH, porque estaban financiados por la Usaid, la agencia federal de cooperación que Trump quiere cerrar. Del mismo modo, los recortes en Washington pueden causar cientos de miles de muertes prematuras, millones de casos de sida, polio y malaria, y frenar el desarrollo de nuevos tratamientos contra el cáncer, el alzhéimer, y otras enfermedades en el resto del mundo.
Trump quiere despedir a decenas de miles de trabajadores de las agencias federales y cancelar miles de millones de dólares de financiación. Solo en el Departamento de Salud se espera un tajo de 10.000 empleos. Sumados a las prejubilaciones, se eliminarán uno de cada cuatro puestos de trabajo de esta agencia, que engloba el Centro de Control de Enfermedades (CDC), esencial para controlar pandemias, la Agencia de Medicamentos (FDA), y los Institutos Nacionales de Salud (NIH), el mayor organismo público de investigación biomédica del mundo. Buena parte de los nuevos medicamentos contra el cáncer y otras enfermedades que se aprueban cada año se apoyan en investigaciones financiadas por este gigante de la ciencia mundial. Algunos de estos recortes están actualmente paralizados por los jueces, pero si se confirman pueden ser una sentencia de muerte para centros de investigación y universidades de todo el país.
La mayor parte de los recortes de Trump emanan de las órdenes ejecutivas firmadas en los primeros días de su mandato, y del plan de adelgazamiento federal diseñado por Elon Musk, jefe del Departamento de Eficiencia Gubernamental. El plan federal de prejubilaciones se llama oficialmente Fork in the road (bifurcación en el camino). Ese era el asunto del correo electrónico que Musk envió en 2022 a los empleados de Twitter después de comprarla y antes de iniciar una campaña de despidos masivos.
La NASA es una de las pocas agencias donde aún no se han cuantificado los despidos que exige el Gobierno, pero sí se han eliminado ya puestos molestos, como el de jefe científico que ostentaba la climatóloga y colaboradora de la ONU Katherine Calvin. Los recortes que vendrán pueden cambiar el rumbo de la exploración espacial en los próximos años. El tema más candente es si se abandonará el proyecto de llevar a la Luna a la primera mujer y a la primera persona no blanca en 2027, para ir, en cambio, a Marte, como preconiza Elon Musk. El hombre más rico del mundo es el principal contratista de la NASA con los cohetes de Space X. El próximo administrador de la NASA es Jared Isaacman, un millonario cercano a Musk. Pero el lunes Isaacman aseguró en una reunión con senadores a puerta cerrada que el plan de la agencia seguirá siendo ir primero a la Luna y después a Marte, en contra de lo que preconiza Musk, informa Reuters.
El ataque a la ciencia estadounidense es especialmente agresivo en los campos donde Trump ve ideología. Por ejemplo, la principal agencia de monitorización del clima, la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica, ha vetado que sus científicos trabajen en informes internacionales sobre cambio climático, y cancelado subvenciones a proyectos de investigación en este campo.
Las políticas de diversidad, equidad e inclusión también han sido blanco de la Casa Blanca, que ve en ellas “radicalismo y despilfarro”. La NASA puede tener problemas en su proceso de reclutamiento de astronautas debido a nuevas regulaciones que buscan eliminar criterios de diversidad. Paralelamente, la Fundación Nacional para la Ciencia, volcada en la búsqueda de nuevas energías, está mirando con lupa cada proyecto que financia para asegurarse que cumple con las órdenes ejecutivas del presidente.
Uno de los aspectos más alarmantes es la creciente influencia de teorías pseudocientíficas en las políticas de salud pública. Robert Kennedy Jr., quien lidera el Departamento de Salud, ha promovido teorías antivacunas y ha ordenado estudios oficiales sobre una supuesta relación entre vacunas y autismo, una hipótesis desacreditada hace décadas. Su recomendación de usar aceite de hígado de bacalao contra el sarampión puede estar detrás de intoxicaciones en niños en el estado de Texas, uno de los más afectados por la epidemia de esta enfermedad infecciosa para la que existe una vacuna efectiva. Los NIH también han cancelado fondos para estudios sobre la reticencia a las vacunas, y el Comité Asesor de Vacunación del CDC ha pospuesto reuniones claves desde la llegada de Kennedy al cargo. En el ámbito epidemiológico, los recortes en el CDC y el abandono de Estados Unidos de la Organización Mundial de la Salud coinciden con el peor brote de gripe aviar de la historia, que se ha acantonado en las granjas de vacas lecheras del país.
Algunas de las mejores universidades del país se arriesgan a perder cientos o miles de millones de dólares de financiación federal. Muchas han congelado la admisión de nuevos alumnos, lo que mantiene en vilo a toda una promoción de jóvenes universitarios y afecta directamente a la capacidad de investigación de grupos de investigación tan prestigiosos como el de David Baker en la Universidad de Washington, ganador del último Nobel de Química. En los últimos días, la administración Trump ha abierto una nueva vía de ataque político a universidades como Harvard, en este caso por supuesto antisemitismo.
Los aranceles a las importaciones anunciados por el Gobierno de Trump amenazan con empeorar aún más la situación. Buena parte de los materiales de uso corriente en los laboratorios vienen de países como China, y las lentes de muchos microscopios de Europa. La política económica de Trump puede elevar el coste de las investigaciones en torno a un 20% o más, según Nature.
El otro gran campo de batalla es el borrado de webs, archivos y datos públicos. El Gobierno de Trump ha intentado eliminar miles de páginas gubernamentales sobre vacunas, adicciones entre los veteranos del ejército, pobreza infantil, o cambio climático. Parte de ese contenido volvió a estar disponible debido a decisiones judiciales. Del mismo modo, hay campañas de voluntarios para copiar y mantener disponible la información borrada.
La comunidad científica del país ha vivido todos estos ataques prácticamente en silencio. En los primeros compases de la crisis, muy pocos científicos se han atrevido a criticar públicamente a Trump, pues temen tanto que les corten la financiación como que tomen represalias personales contra ellos o sus familias. La prestigiosa revista Science ha calificado estos recortes como “un golpe directo” a la ciencia estadounidense, mientras que Nature ha instado a los científicos a “decirle la verdad al poder” y no resignarse a cuatro años de laceración. Según una encuesta de este medio, el 75% de los científicos del país están pensando en marcharse, y Europa pretende aprovechar el posible éxodo de científicos.
La semana pasada casi 2.000 científicos de prestigio denunciaron que Trump está “destruyendo” el sistema científico del país. “Si se desmantela la investigación de Estados Unidos, perderemos nuestro liderazgo”, y serán otros países los que lideren el desarrollo de nuevos tratamientos, fuentes de energías alternativas y otras tecnologías estratégicas, alertaban los firmantes, incluidos varios premios Nobel. Revertir los daños podría tardar “décadas”, advertían.
La ciencia de Estados Unidos está ante una “crisis existencial”, resume Carol Greider, Nobel de Medicina en 2009, y firmante de la carta, a la revista New Scientist. La investigadora explica que los actuales recortes no tienen precedentes desde que en 1945 Vannevar Bush sentó las bases del actual sistema científico de Estados Unidos, basado en subvenciones. “La ciencia es una frontera sin límites”, escribió el científico y hombre clave del Gobierno. En origen, su objetivo fue desarrollar la bomba atómica y otra tecnología clave para ganar la guerra, pero después se convirtió en el sistema científico mejor pagado y más exitoso del mundo, capaz de llevar astronautas a la Luna, inventar Internet y leer por primera vez el genoma humano. Cada dólar gastado por el NIH genera más del doble de dinero en beneficios, y arrastra una inversión privada en investigación y desarrollo ocho veces mayor, según un informe de la Unión por la Investigación Médica. Los recortes de Trump amenazan no solo el avance del conocimiento, sino la base de la productividad del país más rico del mundo. Atacar al sistema científico, resume la economista Sabrina Howell, “es como matar a la gallina de los huevos de oro”.
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