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El impacto social de un chocolate con churros

Marcos Gilligan ofrece una nueva vida a solicitantes de asilo palestinos, senegaleses o ucranios en su café madrileño

Marcos Gilligan, propietario de Socialty Coffee by Chirusa.

Aunque el negocio no pasa por su mejor momento, Socialty Coffee by Chirusa ha tenido ya eco en varios medios de comunicación, con informaciones en las que se destaca la calidad de sus churros con harinas ecológicas, cafés de especialidad y chocolates de origen, y también su cercanía al Retiro madrileño. Marcos Gilligan, con una larga experiencia profesional en empresas alimentarias, creyó en un inicio que bastaba la diferenciación y calidad de su oferta gastronómica para atraer al cliente. Hasta que vio llegado el momento de contar y publicitar su verdadera y única razón de existir: dar trabajo a refugiados.

Ahora son cinco los que trabajan en este pequeño negocio de café y chocolate. Han llegado a ser nueve, aunque la realidad ha acabado por ajustar la plantilla: Astou, senegalesa, rescatada milagrosamente en aguas de Canarias cuando la patera en la que trataba de alcanzar la costa naufragaba; Motasem, palestino, que hace seis años decidió buscar otro horizonte lejos de los conflictos bélicos; Amparo, colombiana, que abandonó el lugar donde vivía, una zona rural cercana a Cali, huyendo de la extorsión y las amenazas de los grupos guerrilleros; Maria, de Armenia, amenazada por conflictos políticos y sociales; Liza, de Ucrania…

Motasem, solicitante de asilo palestino que trabaja en el local de Marcos Gilligan.

Tras su salida de una de las grandes empresas de alimentación en las que trabajó, Gilligan vio llegado el momento del cambio: “No quiero hacer esto más”. Vendió su casa en Argentina (donde nació, en Córdoba, en 1971) y consiguió el dinero y el tiempo suficientes para planear su nuevo proyecto, con un objetivo irrenunciable: que tuviera impacto social.

Una educación católica en el seno de una familia acomodada con inquietud para participar en actividades de ayuda al prójimo y una primera posibilidad de intervención real desde el mundo de la empresa, años atrás, donando a una comunidad africana alimentos que iban a ser desechados por la peligrosa fecha de “consumo preferente”, reafirmaron su apuesta por “un capitalismo con capacidad de influir”. De su discurso se desprende que no es en absoluto un revolucionario utópico con pretensiones de reventar el sistema. Marcos Gilligan cree en el capitalismo, pero también en su responsabilidad para tener incidencia social. “No soy el campeón de la empatía. Creo que el capitalismo debería ser más humano y se puede cambiar desde dentro”, sostiene.

Un pequeño local en alquiler en el número 5 de la calle de Castelló le dio la oportunidad de poner en marcha su proyecto. Le hubiera gustado montar una heladería, pero acabó siendo una churrería porque era lo que había en ese local antes y la burocracia aconsejaba mantener la actividad. Contactó con CEAR, la Comisión Española de Ayuda al Refugiado, explicó sus intenciones y no les pidió perfiles concretos, sino que le enviaran a quien más lo necesitara. Abrió el 3 de junio de 2022, inicialmente con el nombre de Chirusa, una palabra de origen argentino que define a una mujer de comportamiento vulgar y que da título a un conocido tango. Y hasta ahora.

La pequeña cocina-obrador del local, situado en la calle de Castelló de Madrid.

Tener un trabajo mientras se tramita una petición de asilo permite a los solicitantes lograr suficiente estabilidad para alegar arraigo cuando la respuesta llega, aunque sea negativa. Así que Socialty Coffee by Chirusa ha cambiado la vida a este grupo de refugiados: no solo los ha sacado de la calle, también les ha dado la oportunidad de ejercitar un trabajo mientras aprenden español.

Astou, solicitante de asilo senegalesa que trabaja en Socialty Coffee by Chirusa.

A la vez, Gilligan ha ido creando en torno a Socialty Coffee una suerte de comunidad colaborativa, basada en la apuesta por el kilómetro cero y los productos artesanos. Las flores que adornan el local se las proporciona una vez a la semana la floristería Lily, situada a apenas 100 metros; la oferta de pastelería que ellos no elaboran procede de proyectos artesanos como Clan Obrador y Cientotreinta Grados; la kombucha, también artesana, es de Bioma, y el café, de especialidad, es de Hola Coffee, que tiene una de sus sucursales a medio kilómetro y, además, dispone de un centro de formación. El restaurante contiguo, Arúgula, le cede su espacio para acoger a clientes que deseen tomarse un chocolate con churros.

Otras prácticas, como la utilización de material biodegradable libre de plásticos en los envases, van en la misma línea. Aunque algunas son costosas: en un principio, Socialty Coffee (entonces solo Chirusa) decidió regalar un termo de acero inoxidable a quien se llevara un litro de chocolate, invitándole a volver con él y reutilizarlo en próximos pedidos. La inversión fue de 1.800 euros; los termos repartidos, 120; pero apenas 15 de sus usuarios volvieron alguna vez con él a rellenarlo.

Resignado a que difícilmente será Socialty Coffee by Chirusa su medio de vida, Gilligan ha comenzado a buscar fórmulas para generar ingresos por otra vía; y consciente de que el cierre no puede ser una opción, madruga todos los días para volver a poner en la puerta el cartel en el que recuerda que Socialty Coffee by Chirusa es “un espacio con propósito, atendido y gestionado por personas refugiadas”. “¡Gracias”, continúa el cartel, “por contribuir a crear un impacto social positivo y fomentar la inclusión!”. Por cierto, el chocolate belga con churros está exquisito.

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